
Cuando uno recorre la ciudad buscando una crónica se encuentra perdido. Se presentan ante mi dos Buenos Aires completamente distintas: una ciudad del primer mundo, semejante a cualquier capital Europea; y una tercermundista con miradas de desesperación en la cara de la gente.
La primera, llena de glamour, nos muestra aquellos que triunfaron en el sistema capitalista. Gente de poder, tomando cafés ridículamente sobrevaluados en Recoleta, caminando por las calles observando vidrieras para ver que se pueden comprar con la fortuna de no tener que contemplar precios. Gente de negocios que almuerzan en restaurantes de moda, que regresan a sus hogares en Puerto Madero en autos último modelo. Si alguno se dignara a mirar por la ventana vería a la segunda Buenos Aires, a la que no le fue tan bien.
La otra ciudad, la tercermundista, esta repleta de marginados, de personas pidiendo por los calles sin un hogar a donde volver. Una capital donde se crearon nuevas profesiones: piqueteros y cartoneros, donde el ciudadano promedio no tiene el placer de vivir porque el solo puede sobrevivir.
Encuentro en los bancos un lugar donde se cruzan estos dos. De 8 a 17, horario de atención al cliente podemos observar a los hombres de negocio entrar, realizar sus transacciones y salir, convirtiendo al banco en sitio para personas exitosas. Pero cuando cae el sol a las 7 de la tarde, los mas desafortunados llegan con sus colchones a instalarse bajo los techos de los mismos transformando al banco en un lugar poco grato, ya no digno de la gente poderosa, ya es tercermundista hasta las 7 de la mañana del día siguiente.
¿Y que sucede entonces cuando la ciudad de primer mundo se encuentra con la del tercer mundo? Sus miradas se esquivan. La Buenos Aires tercermundista mira a la otra fijo, con desesperación, esperando una mirada de compasión, y acto seguido una ayuda. Pero la capital Argentina de primer mundo no puede ayudarla, su cultura de consumo no la deja. Esquiva la mirada de la menos afortunada y sigue de largo, pensando para sus adentros que si no la mira, aquella Buenos Aires triste desaparecerá. Pero no es así, sigue allí todos los días esperando que la Buenos Aires linda algún día frene y le tienda una mano amiga. Que se fundan estas dos Buenos Aires en una y que ambas sean felices. Yo también lo espero.
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